Archivo diario: 13 diciembre, 2024
Intoxicación en Mequinez
Intoxicación en Mequinez
Una mañana de septiembre de 1959, un tejedor de alfombras de la ciudad de Mequinez, en el centro de Marruecos, despertó con la terrible sorpresa de ver que no podía mover ni brazos ni piernas. A la caída de la tarde del mismo día, su mujer quedaba también postrada para siempre. Unos días antes habían sentido unos extraños dolores musculares en las extremidades y en la espalda, que, no obstante, habían desaparecido. Este primer caso daría la señal de alarma de lo que en pocos días iba a convertirse en una auténtica tragedia nacional. Esa misma mañana, decenas de familias de la ciudad de Mequinez, y luego de Rabat, quedaban paralíticas, víctimas de una enfermedad desconocida y extraña.
Los hechos, vistos retrospectivamente, ocurrieron así: en el mes de septiembre de 1959, Marruecos, como todos los países musulmanes, se disponía a celebrar las festividades del Mulud An Nabi o aniversario del nacimiento del profeta Mohamed.A la ciudad de Mequinez había acudido ese año tal cantidad de visitantes que no había aceite suficiente para safisfacer la demanda. Unos comerciantes sin escrúpulos no encontraron nada mejor, para hacer negocio redondo, que mezclar unos excedentes de aceite de motor de avión que habían sido subastados públicamente en la entonces base militar norteamericana de Nouasseur, cercana a Casablanca.
Para hacer más aceptable el aceite adulterado le llamaron Le Cerf, y le colocaron etiquetas con ese nombre, que, pronunciado en árabe, es fonéticamente muy parecido al aceite francés de mayor calidad vendido entonces en Marruecos, Lessieur.
Al principio se pensó que podía tratarse de una epidemia de pollomielitis, pero la hipótesis fue descartada rápidamente por los especialistas. Luego, pensando que podía ser una enfermedad contagiosa, para evitar la promiscuidad de las grandes concentraciones, el Gobierno suspendió la fiesta del Mulud. Las autoridades marroquíes, que andaban por su tercer año de independencia, se veían totalmente desbordadas e impotentes.
En septiembre de 1959, Marruecos sólo disponía de novecientos médicos para una población de once millones de habitantes. El 23 de septiembre de ese año, el ministro marroquí de Salud, Yussef Bel Abbes, proclamó oficialmente el estado de desastre nacional e hizo un angustiado llamamiento a la Cruz Roja Internacional, a la Organización Mundial de la Salud, a la Unicef y a las Naciones Unidas.
Más de quince países acudieron inmediatamente en ayuda de Marruecos. Cuando los orígenes de la extraña parálisis pudieron ser determinados se habían registrado ya en todo Marruecos 10.932 casos, de los cuales seiscientos eran sin solución, y 8.000, según los especialistas, podrían alcanzar una rehabilitación parcial tras un prolongado tratamiento, aunque quedarían minusválidos para toda la vida.
Una paciente de un médico francés del instituto Pasteur contaría un incidente que dio la clave del enigma. En el curso del interrogatorio a que fue sometida por el médico para establecer su hoja clínica, la mujer dijo que lo único que le había llamado la atención era que el aceite de cocinar le pareció un día más oscuro que de costumbre. Para estar más segura, había hecho con él unos buñuelos, que dio a probar primero a su perro. Como los efectos no fueron inmediatos, la mujer siguió preparando los alimentos de su familia con el aceite en cuestión. A la semana todos ellos, incluido el perro, quedaron paralíticos.
Con esta revelación se ordenó el análisis inmediato del aceite Le Cerf y se encontró que contenía nada menos que tri-orto-cresil-fosfato, un veneno que afecta directamente a los sistemas nerviosos central y periférico.
El Gobierno marroquí advirtió a la población contra el peligro de consumir ese aceite, y se dispuso a censar las existencias en el mercado para su retirada. Un millón de litros, suficiente para dejar paralíticos a los once millones de marroquíes, fueron incautados.
Viendo que nadie compraba ya el aceite en Mequinez, Rabat o las grandes ciudades, se apresuraron a quitarle las etiquetas y enviarlo para su venta a las aldeas más remotas del país, adonde todavía no había llegado la noticia de la tragedia. El resultado fue que empezaron a aparecer nuevos casos de parálisis.
Este comercio criminal sólo terminó cuando el Parlamento marroquí, a propuestas del rey Mohamed V, votó una ley de emergencia, con carácter retroactivo, que sancionaba con la pena de muerte la fabricación o distribución consciente de aceite adulterado, delito que quedaba tipificado como «crimen contra la salud de la nación».
Veintisiete comerciantes fueron detenidos en virtud de esa ley. El 27 de abril de 1960, después de una exhaustiva investigación, cinco comerciantes fueron condenados a la pena de muerte y tres a cadena perpetua por la corte suprema de Rabat en uno de los juicios más espectaculares de toda la historia de Marruecos.
El Gobierno marroquí votó con carácter de urgencia un presupuesto especial de doscientos millones de francos para indemnizar a los damnificados, que recibieron a razón de 10.000 francos, unas 2.000 pesetas, los jefes de familia, más mil francos (doscientas pesetas) por mujer y cada hijo.
Veintitrés años después aún se pueden ver en las calles de Mequinez y Casablanca algunos de aquellos paralíticos, el 50% de los cuales fueron niños y adolescentes.
Quizás no tenga nada que ver con la colza, pero en este caso la causa oficial fue el *triortocresilfosfato*, un aditivo para lubricantes industriales como por ejemplo los que se usan en motores de avión. Lo interesante es que se trata de un compuesto organofosforado, como los que consideraba como causantes del síndrome de la colza el doctor Muro. Quizás ya se habrá dicho por aquí, pero los organofosforados son una categoría muy amplia de compuestos tóxicos y cabroncetes, entre los que se encuentran los plaguicidas y sus hermanas mayores, las armas químicas. El TOCP es uno más de esa especial familia. Desde mi ignorancia, son los síntomas descritos (parálisis muscular) similares a los del síndrome toxico de 1981?
Sobre la teoría de los tomates y el pesticida, hay algún indicio de que parte del genero toxico pudiera haberse exportado al extranjero
En un principio, dado el rápido avance de los nuevos casos diarios, los expertos de la OMS consideraron que, en efecto, se trataba de un virus, aunque no tenían ni idea de cuál. Esta teoría se confirmaba, además, por la aparición de fiebre, si no en todos, en gran parte de los pacientes. Pero, tras semana y media de investigación, la propagación de la enfermedad llevó a los investigadores a considerar que se trataba de un “desarrollo tóxico” y no necesariamente infeccioso. Lo que les llevó a confirmar esta teoría es que solo las clases más bajas, socioeconómicamente hablando, eran las afectadas, a pesar de que tenían contacto directo y constante con las clases medias o altas. Del mismo modo, ninguno de los judíos que en ese momento vivían en Mequínez había contraído la enfermedad, así como ningún europeo, con la excepción de un hombre que se había convertido al Islam.
Gracias a estos datos, los investigadores llegaron a la conclusión de que el problema estaba en algún tipo de alimento, con un fuerte legado cultural y que provocaba que solo determinados individuos hubieran sido afectados. Los doctores empezaron a buscar el ‘veneno’ analizando el trigo (que en algunas ocasiones contenía arsénico, pero no el suficiente como para producir estos rápidos efectos en la salud). Finalmente encontraron el culpable: aceite de oliva contaminado con lubricante de motores de aviación, en concreto con organofosfatos, obtenido como excedente militar de la base aérea estadounidense de Nouaceur, a 270 kilómetros de distancia. Al igual que el caso español, el desmedido ánimo de lucro llevó a determinados ’empresarios’ (criminales en realidad) a aumentar la cantidad de producto disponible para su venta, sin importar las consecuencias en la salud que podrían tener.
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