Murallas de Constantinopla
Las murallas de Constantinopla fueron una serie de murallas de piedra que rodeaban y protegían la ciudad de Constantinopla (actual Estambul en Turquía) desde su fundación como capital del Imperio Romano de Oriente por Constantino I el Grande. Con varias adiciones y modificaciones durante su historia, fueron uno de los mayores sistema de fortificaciones de la Antigüedad y de los más complejos y elaborados jamás construidos.
Inicialmente construidas por Constantino el Grande, las murallas rodeaban a la nueva ciudad por todos sus lados, protegiéndola contra ataques marítimos y terrestres. Cuando la ciudad creció, la famosa doble línea de murallas teodosias fue construida en el siglo V., si bien otras secciones de las murallas eran menos elaboradas, cuando estuvieron bien equipadas (con armamento y soldados), eran casi inexpugnables para cualquier atacante medieval. Así, las murallas permitieron salvar a la ciudad y, con ello, al Imperio bizantino durante los asedios organizados por los ávaros, árabes, varegos y búlgaros, entre otros (véase Asedios de Constantinopla). El advenimiento de la pólvora para su utilización por los cañones de asedio volvió a las murallas menos inexpugnables, aunque el sitio final y la caída de Constantinopla por los turcos otomanos el 29 de mayo de 1453 parece haber sucedido porque las tropas otomanas consiguieron entrar a través de una puerta de la muralla, más bien que porque las paredes de ésta se hubieran derrumbado.
En su mayor parte, las murallas fueron mantenidas intactas durante la mayor parte del período otomano hasta que las secciones comenzaron a ser desmanteladas en el siglo XIX, al ir creciendo la ciudad fuera de sus límites medievales. A pesar de la subsecuente falta de mantenimiento, muchas partes de las murallas han sobrevivido y están en pie hoy en día. En los últimos veinte años, ha estado en curso un programa de restauración a gran escala que permitiría al visitante apreciar su apariencia original.
Dejando de lado las defensas levantadas por los antiguos griegos, la primera muralla que protegió a los habitantes de Constantinopla fue la levantada por el propio Constantino, hacia 325, y que, de los tres lados que tenía la ciudad, defendía únicamente el expuesto a ataques por tierra. Esta muralla pronto quedó obsoleta, debido al gran crecimiento que experimentó la capital del imperio, extendiéndose la ciudad más allá de su primitivo cinturón de murallas.
En tiempos del emperador Teodosio II la seguridad de la capital se encontraba amenazada por las continuas correrías de Godos y Hunos, lo que impulsó al prefecto del emperador, Antemio, a impulsar la creación del mayor cinturón defensivo que jamás se hubiera ideado para una ciudad, creando, a lo largo de casi 20 años, la muralla que resguardó a los habitantes de Constantinopla durante más de un milenio.
La nueva muralla se erigió a unos dos kilómetros de distancia de la línea defensiva ideada por Constantino, para dar cabida al más de medio millón de personas que habitaban la urbe. En 447, apenas veinte años después de que fuera levantado el primer cinturón de fortificaciones, fue devastada por un terremoto, justo cuando Atila se encaminaba a saquear la capital del imperio, el decidido esfuerzo de los ciudadanos reparó los daños a tiempo de resistir la llegada del temido huno. Y no sólo arreglaron los daños ocasionados por el temblor, sino que a la muralla erigida por Antemio añadieron una segunda precedida por un foso, hasta alcanzar la famosa configuración de triple muralla que resistió durante un milenio los ataques de los enemigos del imperio.
Se ha de indicar que el punto en el que se unía con el Cuerno de Oro fue reformado, probablemente ya desde tiempos de Heraclio, para incluir el distrito de Blaquernas y la iglesia de María Theotokos, por lo que su configuración era distinta a la del entramado principal. Este tramo de las murallas recibió posteriormente un nuevo diseño, en tiempos de León el Armenio, hacia 813.
El tramo principal de las murallas se componía de los siguientes elementos:
1. El primer obstáculo para el enemigo lo componía un foso de unos 18 metros de ancho, parcialmente inundable, en cuyo extremo corría un parapeto bajo que cubría el Peribolos, una zona libre a modo de camino para las tropas de unos 15 metros de ancho.
2. Tras el Peribolos se elevaba la primera de las dos murallas, de 8 metros de altura y salpicada de torres cuadrangulares a intervalos desiguales. Entre ella y la muralla interior se encontraba el Parateicon, un nuevo pasillo de 20 metros de ancho por donde los defensores podían moverse de una sección a otra sin exponerse a los proyectiles enemigos.
3. La muralla interior, la última de las tres líneas de defensa, suponía un formidable obstáculo para el invasor, con sus 13 metros de altura, cinco de grosor y torres de formas cuadradas u octogonales que se alzaban hasta 20 metros.
Todo el conjunto se había realizado con piedra caliza reforzada por hileras de ladrillo rojo.
A la línea principal de murallas había que añadir las fortificaciones que defendían los dos lados expuestos al mar, aunque en este caso no se trataba de murallas tan impresionantes como las que se levantaban ante los ataques por tierra. Las fuertes corrientes hacían poco factible un asalto desde el mar de Mármara, mientras que una gran cadena protegía el Cuerno de Oro de cualquier flota.
Fue precisamente por las murallas del Cuerno de Oro por donde penetraron los cruzados en 1204, tras forzar la entrada en el resguardado brazo de mar cortando la cadena.
Finalmente, sólo los grandes cañones de Mehmet II lograron aquello en lo que muchos otros habían fracasado.
http://imperiobizantino.wordpress.com/2011/02/11/las-murallas-terrestres-de-constantir
http://imperiobizantino.wordpress.com/2011/02/15/las-murallas-terrestres-de-constantir
Mapa de Constantinopla y sus murallas durante la era bizantina.
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